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sábado, 21 de julio de 2018

Lo sabores y olores de las fiestas.

Antaño, el pueblo se perfumaba de cal y pintura. Había que acicalar las viviendas porque llegaban las fiestas. Las casa se trasformaban, se hacía la limpieza general. Olor a blanco España, barniz, cal, colamina, etc. También las peñas se pintaban. Olor a limpieza. ¿Y la lana? A varear la lana y a coser los colchones para pasar el año. La lana también tenía un aroma especial.
No obstante, las fiestas han cambiado por muchos motivos pero uno de ellos, es por el sabor. Aquella semana de septiembre sabía y olía a canasta de mimbre llena de mantecados, españoletas, cocos, tontas, sequillos y magdalenas. Era el ritual previo a las fiestas. Como sí en aquella semana nos apetecieran las magdalenas de varios días. Olor pues  a pastas, olor a postres hechos con cariño como si se tratase de algo único, que lo era reamente. Pues, no lo dudes amigo sin pastas no había fiestas. Hace dos años en Zaragoza en una pastelería de la calle el Coso pedí un sequillo. La chica muy amable me dijo ¿Qué es eso? Le indique con la mano y me contestó eso es un merengüillo. ¡Aúpa el sequillo ¡
Sabor a granizado de la Carolina de Murchante, y polo de bobón envuelto en aquel papel de plata. Helado bañado de chocolate, negro, muy negro. Vamos de los de antes.
¿Y los churros? De la Ascensión de Cascante. Madrugaba, trasnochaba, no dormía para ofrecernos el olor a churros de nivel de la Mañueta de Pamplona. Y las corteza gigantes que superaban a los tórrenos castellanos. Y esas patatas grasientas en bolsa amarilla. Espectaculares sin duda.
Y además, olor a pachuli, años de hippies, transición, cambio, nuevos tiempos. Hoy sólo lo usan Tufarro y Petroleo. Hay que intentar que ese olor no desaparezca. También pólvora de los petardos. ¿Y los bocadillos? Aquellas anchoas del Moderno y el chorizo casero. En la Taska, mayor nivel y variedad, era la modernidad.
Por las noches de fiestas: los cuadros en la plaza acompañados de un gran bocadillo de lomo con pimientos, chistorra y demás aderezos. No te podías ir a la cama sin recenar. Que palabra más bonita para los dietistas.
Y ¿el Zurracapote? No había un año que supiera igual. La fórmula  no tenía protocolo por eso se ha perdido. Unas fiestas a mi peña nos lo hizo Nicolás. ¡Qué grande que era¡
Muchos olores y sabores han desaparecido. Hoy muchas cosas huelen mejor. Pero nosotros seguimos guardando esos olores, y sabores que marcaron nuestras vidas. ¿Por qué escribo esto hoy? Porque es víspera de la patrona que era sin duda la mejor fiesta que había en Ablitas, o eso me lo parecía a mí.

Estos días  Pedrito olía a ron quemado en la plaza, esencia de limón, café, pacharán y faria. Un lujo de olores. Un saludo cordial a todos. Pero a pesar de todos cambios, yo cogeré peras en el mismo sitio de siempre y con los incombustibles compañeros de siempre.
Los sonidos y silencios de aquellos veranos de Ablitas.

Cada estación tiene sus sonidos. Además, esos ruidos, gritos, silencios, susurros, algarabías quedan guardadas en un registro que tenemos en lo más profundo.
Hace muchos años cuando éramos un pueblo agrícola, de las tres de la tarde a las cinco había silencio, mucho silencio. Era impensable salir de casa, pues la gente dormía la siesta. Si andaba bochorno sonaba totalmente distinto al Cierzo, y entonces, además, se prolongaba  más el sueño de la tarde. A veces los truenos ponían la música de fondo del estío.
Por la tarde, cuando descendía un poco el sol,  el jolgorio estaba en la laguna de Lor donde la gente, en ausencia de piscina, se bañaba desafiando la naturaleza. Hay esta la historia trágica de esta balsa. Además,  a los pájaros se les oían con más brío, parecía que también habían descansado con el sueño reparador. En este contexto, se escuchaba también la eterna cigarra con su ruido inconfundible. Ahora se oye menos, o no sé escucha.
Después del baño en la orilla cenagosa,  y cuando la tarde se nos venía encima, se iba, en una época a la Cabaña del Tío Tom, y en otra menos lejana a la fuente. La carretera era un hervidero de chismorreo, gritos, bicicletas y alguna moto, pocas. Era un sonido inconfundible de vida social potente.
Antes de irse a la cama se oían en las calles chillos, gritos, carreras. Juegos comunitarios y participativos intergeneracionales. Era el tiempo de tomar la fresca, que nunca venía. Me da gracia algún niño que dice hacer la fresca como si nosotros, sin medios artificiales fuésemos capaces de fabricarla.
Por la noche, se oían los grillos. ¿Dónde están? Pues hace muchos años que no los oímos. ¿Ha desaparecido o se han diezmado? Su ruido era inconfundible. Ya no debe de existir.
Sin duda, los sonidos, se han trasformado, han cambiado definitivamente, pues entre otras cosa ya no hay silencios que por cierto, sin no te gustaba la siesta y te obligaban a ella eran silencios aterradores.
De este modo, escuchando los sonidos podemos entender el cambio que se ha producido. Me parece que suenan distintos hasta los pájaros en el campo. Pero eso, ya es un apreciación subjetiva mía. Un saludo

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